Ya en 1924, André Gide defendía por escrito la homosexualidad en los diálogos que integran su Corydon .
A raíz de ello, hubo incluso quienes le negaron el saludo. Eso no
impidió que en sus memorias confesara su condición de homosexual,
condición que a su vez en 1947 no le impidió ganar el Premio Nobel de
Literatura, lo que no quita que después de su muerte el Vaticano
incluyera su corpus literario en su particular índice de libros
prohibidos (¡la Curia, siempre tan progresista!), que a día de hoy será
sin duda ingente… dado lo poco que ha evolucionado la religión católica
en ese aspecto y lo mucho que lo ha hecho, por suerte para todos, la
literatura.
Eso de que un gay declarado ganara el Premio Nobel a
mediados del siglo XX, nos podría llevar a pensar que (exceptuando a los
integrantes del Vaticano y a algunas otras facciones de similar
catadura) el asunto de la homosexualidad como opción sexual dentro de
los márgenes de la normalidad estaba ya entonces más que finiquitado.
Lamentable no era así, aunque el gesto de la Academia sueca debió de
ayudar mucho a que, allá por los 50, el poeta Jaime Gil de Biedma
contara sin muchos reparos sus devaneos amorosos con su mismo sexo en Diario del artista seriamente enfermo .
Recordemos que pocas décadas atrás la historia había sido
muy cruel con aquellos y aquellas que se mostraban abiertamente gays o
lesbianas. Las lesbianas directamente no existían para la realidad
oficial (una cruel goma de borrar las volvía transparentes) y, por su
parte, los gays que osaban serlo eran duramente castigados por ello. A
finales del siglo XIX Oscar Wilde, acusado de tener un comportamiento
“indecente” a raíz de sus relaciones con Lord Alfred Douglas, acabó
condenado a dos años de trabajos forzados que le costaron la vida; y en
el fatídico año 1936, García Lorca fue fusilado en una cuneta, junto a
un olivo, por ser abiertamente homosexual y no por ser simpatizante del
Frente Popular, aunque es posible que esto último también ayudara. A
diferencia de Wilde, a diferencia de Lorca, Jaime Gil murió a causa del
SIDA, esa enfermedad con que en los años 80, en Estados Unidos, se quiso
estigmatizar a la comunidad gay acusándola de haber sido demasiado
promiscua durante la década anterior. El de Gil de Biedma no es un final
muy feliz, cierto, pero cambia sustancialmente las cosas.
El estigma de la homosexualidad como amenaza, como
perversión que debe ser proscrita, lleva a barbaridades como prohibirla
(son muchos los países en que eso sucede, al amparo de unas leyes que la
comunidad internacional debiera ocuparse urgentemente de erradicar) o
atacar a sus componentes considerándolos no ya ciudadanos de segunda,
sino enfermos que no tienen cabida en sociedades de impecable
heterosexualidad. Sólo una tendencia enfermiza a la homologación y un
miedo cerval a las diferencias puede ser la causa de que la humanidad
insista en agarrarse a sus lastres y no los suelte, haciendo que el tema
de la heterosexualidad obligatoria planee aún en demasiados rincones
del planeta.
A tenor de los recientes ataques que algunos neonazis han
llevado a cabo en Rusia contra gays o transexuales, en una oleada
homófoba que incluye mofas, torturas e incluso asesinatos, vale la pena
detenerse en qué es ser homosexual hoy. En Rusia, en vista de lo que
sucede, un grave problema, que amenaza incluso con la deportación a los
extranjeros gays que osen “ejercer como tales” dentro de sus fronteras.
En la patria de Tolstoi y Chejov una descarada homofobia
institucional, que prohíbe ser abiertamente homosexual y castiga con
penas de cárcel a quien no mantenga “relaciones sexuales no
tradicionales”, ha llevado incluso a la Duma, su cámara de diputados,
una iniciativa para prohibir que los gays donen sangre; son tratados
cual apestados, eso es evidente. Lo que no se acaba de entender es que
alguien en su sano juicio, miembros del COI incluidos, crean que un país
donde se está llevando a cabo una “caza al gay” puede albergar unas
Olimpiadas, ya sean de invierno, de verano o de primavera. ¿Las harían
en un país que prohibiera y reprimiera cualquier muestra de
heterosexualidad? Pues en pleno siglo XXI, tanto monta, monta tanto,
Isabel como Fernando; queda dicho, amigos del COI.
En vista de esas atrocidades y de lo mucho que cuesta
eliminar reticencias y repulsas en países más avanzados en términos de
civilización (como mismamente el nuestro, donde aún así hay mucha tela
que cortar en lo que a libertades sexuales se refiere), parece que sean
pocos los que han leído a Kinsey y a Foucault. Según los estudios
científicos del primero, la mayor parte de la población tiene tendencia
bisexual y sólo una minoría (de un 5 a un 10%) es totalmente hetero u
homosexual. Mientras Michel Foucault, el autor de Historia de la sexualidad , aboga por la teoría queer
(acabada de perfilar por la filósofa Judith Butler), es decir, por
afirmar rotundamente que las opciones sexuales son construcciones
sociales, determinadas pues por tabúes y arraigadas costumbres. Lo
cierto es que la lógica nos lleva a pensar que los dos parecen tener
bastante razón y que acaso la realidad sea el resultado de la
combinación de ambos presupuestos.
Quienes tenemos el convencimiento (por puro sentido común
y sin necesidad de ninguna clase de exacerbada capacidad de
observación) de que la heterosexualidad tal como la entendemos, como
opción masiva que lo invade todo (la vida social, la publicidad, la
música…), es un invento muy cómodo para quienes aspiran a mantenernos a
todos bien sujetos en un orden fácil de controlar (y en ese quienes
incluyo a las múltiples religiones que condenan otras opciones
sexuales), sonreímos cuando tropezamos en el día a día con todos esos
ellos y ellas que están convencidos de que han elegido con quien se
acuestan, cuando se ve de lejos que no sólo no lo han hecho sino que, de
ser distintas las circunstancias de sus vidas, no dudarían en cambiar
de tercio.
Nos creemos muy libres y, sin embargo, no lo somos nada:
pájaros metidos en jaulas de finos barrotes, por los que entra el aire,
sí, por los que entra también la luz, pero de las que no se puede salir.
Y es que, si acatamos en casi todo los destinos que otros han escrito
para nosotros (que nos llevan a suscribir hipotecas abusivas, abrevarnos
en una idiotizante cultura de masas o ingerir comida basura a pesar del
exponencial aumento del índice de obesidad), ¿por qué iba a ser
distinto en cuestiones sexuales?
Si vivimos vidas que no nos gustan en tantos aspectos, si
estamos esperando ansiosos (y muchas veces a base de ansiolíticos) a
que nos asole una enfermedad, suceda un accidente o nos roce una pequeña
catástrofe para dar un vuelco a nuestra existencia y encauzar de una
vez un rumbo nuevo, ¿por qué nos aferramos con tanto ímpetu a ese 95% de
heterosexualidad obligatoria? ¿Quiere decir esto que sólo los gays y
las lesbianas son realmente libres? Es posible, aunque acaso un 5% de
heteros también lo sea. “Mi sexo es mío”, debiéramos exclamar todos y
todas. Ese día es posible que los porcentajes cambiaran…
sustancialmente.
www.agitadoras.com/septiembre 2013/maria.htm
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