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sábado, 19 de noviembre de 2011

CARTAS CABALES por TOMÁS SEGOVIA

"Cartas cabales" es el título de una columna periodística que mantuve en La Jornada de México durante 1994 e intenté reanudar después varias veces. Son cartas a un personaje imaginario, cuyo nombre es un obvio anagrama. Una recopilación parcial que abarca tres años apareció en México en 2010.






MODOS VERBALES

Querido Matías Vegoso:
Por mucho que se haya publicado en Le Monde, el artículo del tal Lagasnerie que me recomiendas no es que no me convenza, es que me parece un compendio verdaderamente modélico de todas las trampas y bajezas argumentativas que puede uno encontrar en esa clase de debates. Yo pienso que la ironía y la sorna no están excluidas de los debates de ideas, pero recurrir a la burla y la mofa en lugar de los argumentos me parece francamente innoble. Este artículo utiliza además para esa desdeñosa descalificación del contrincante un procedimiento particularmente solapado: el uso, tan francés, de verbos en condicional, que es el modo verbal de no pillarse los dedos. Es fácil imaginar su sonrisa de superioridad cuando nos dice que para los críticos del neoliberalismo “es todo el orden social lo que quedaría sacudido por ese irresistible mar de fondo.” ¿Quedaría sacudido? ¿Por qué no queda sacudido? Con ese condicional, insinúa sin mancharse los dedos que la idea es ridícula y arbitraria. Por supuesto, no da el menor argumento para mostrar lo infundado de la opinión de que el neoliberalismo corroe, no corroería, el orden social. Se limita a sorprenderse de que tantos intelectuales repitan casi idénticamente unas cuantas ideas sobre el tema. Hombre, en el siglo XVIII muchos intelectuales repetían machaconamente la idea de que no está bien que los amos flagelen a sus siervos. Hoy ya no se repite tanto esa idea, ¿por qué será? Si los mercados dejaran de flagelarnos, a lo mejor los intelectuales dejarían de repetir con tanta falta de originalidad que eso no está bien.
Pero estas trampitas y hábiles escurrimientos de bulto no impiden adivinar adónde quiere llegar. Después de insinuar, otra vez en condicional y otra vez sin ningún argumento, que lo que pasa es que los que critican el neoliberalismo tienen nostalgia de “la obediencia a la moral, a la religión, al Estado, a la política, etc.”, nos va revelando con más y más franqueza que su postura consiste, cómo no, en una defensa de la “libertad”. Se ve que lo que esos inconformes añoran no es en realidad la moral, la iglesia, el Estado o la política, todo lo cual va en el mismo saco, sino la obediencia, que no es otra cosa que odio a la “libertad”. La obediencia a los mercados en cambio no se discute, ésa no es enemiga de la libertad, en todo caso sería, para esos criticones, así porque sí, la única obediencia inaceptable. Caprichos de esos nostálgicos.
Pero fíjate en la insidia del seudoargumento final. Para esos criticones arbitrarios, es (otra vez un condicional) “como si el peligro del neoliberalismo residiera en el hecho de que, por su causa, los individuos… gozaran… de una mayor posibilidad de escoger la vida que quieren vivir (subrayados suyos). ¿Te das cuenta? Si hay tantos intelectuales despistados que critican el neoliberalismo, es porque no soportan que los individuos tengan la posibilidad de escoger. ¿No te suena un poco a Esperanza Aguirre? Privatizar la educación es para que los padres puedan escoger. Y la salud, es para que los enfermos puedan escoger. Siempre que tengan con qué pagar a la empresa que escogen, pero ¿quién ha dicho que quien no tiene fortuna tenga derecho a algo, como diría Quevedo? Demagogia, querido Matías, demagogia. Y a continuación (¡agárrate!) nuestro articulista equipara sin más esa enfermiza y servil obediencia que añoran los inconformes con la que propone… ¡Benedicto XVI!

Y el círculo queda cerrado. Un lector distraído se queda con la impresión de que en los miles de páginas de crítica al neoliberalismo que circulan entre nosotros no hay ningún argumento, no hay más que la nostalgia puramente ideológica de una supuesta coherencia social que el neoliberalismo habría atropellado. Así, nuestro autor no tiene por qué discutir unos argumentos que no existen. Y entonces la única idea de todo el artículo que podría tomarse como un argumento es increíblemente infantil. ¿Cómo dicen esos cascarrabias que el neoliberalismo disuelve los lazos sociales? ¿No han observado cómo bajo su preponderancia se han multiplicado los grupos de interés, las banderías identitarias o sectarias y otras aglomeraciones que reclaman toda clase de ventajas? ¿Acaso esos grupos no son cohesivos y solidarios entre sus miembros? Y entonces la propuesta de “reconstruir (subrayado suyo) el ‘lazo social’ … bien podría no ser (otra vez en condicional) sino un esfuerzo reaccionario por anular una de las características principales de las sociedades democráticas: la individualización y la diferenciación de los modos de vida, y la proliferación de las movilizaciones minoritarias.” Vaya, hombre, ¿en qué estábamos pensando? La coherencia social no depende de si las individualizaciones y diferenciaciones y movilizaciones se desgarran o no unas a otras y se imponen o no las unas a costa de asfixiar a las otras. Cada una de esas diferenciaciones y movilizaciones tiene su propia coherencia social interna y la solidaridad o cohesión con otras o con el conjunto no viene al caso. Si un mafioso mata a un hombre, puede uno pensar que no debe de ser muy solidario con otros individuos, pero si lo matan entre veinte, sin duda esos veinte son fuertemente solidarios los unos con los otros. Sólo intelectual lleno de prejuicios reaccionarios puede afirmar que una sociedad que tolera y fomenta esa clase de solidaridad es una sociedad insolidaria. Porque la idea de que son justamente el neoliberalismo, la globalización y la desigualdad los que estorban la diferenciación de modos de vida, ésa ni se discute.

Bueno, querido Matías, bien podría yo enviarte un cariñoso abrazo,
T. S.


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