Observo dos posturas aparentemente contrarias en el 15-M. Una sostiene que el movimiento es pacífico y solamente pacífico y la otra se queja de ese pacifismo rastafari, al cual tilda de inoperante y acusa de impedir que se libere toda la energía de los jóvenes. Yo pretendo gastar unas cuantas líneas salomónicas para sostener que las dos partes se equivocan.
Vaya por delante que del 15-M nadie sabe nada con precisión, ni siquiera los que están dento, y el solo intento de opinar sobre él contiene un margen de error considerable. El mal llamado movimiento es un maremagnum inclusivo de asambleas populares, acampadas, grupos de trabajo, asociaciones adultas o juveniles, blogueros, twitteros, facebooqueros o personalidades cuya trayectoria profesional de ética sostenida hacen que demos mucha importancia a sus opiniones, hablo de José Luis Sampedro, Eduardo Galeano, Vicenc Navarro, Agustín García Calvo, Eduardo Punset, Julian Assange, Stefhane Hessel y muchos que se me olvidan. Hasta ahora ningún grupo se ha impuesto sobre los demás: no hay motivo para decir que tal asamblea predomina sobre otra, o que Democracia Real Ya o Juventud sin Futuro o Anonymous nos representan al ciento por ciento, o que Madrid o Barcelona dominen al resto de España. Hasta la centralidad de España en el movimiento indignado está en duda. Eso desespera mucho a los medios y a los partidos políticos clásicos, que manejan códigos antiguos y piden concreción y una sola voz, pero es imposible que este movimiento la vaya a tener y, de hecho, esa es la clave de su continuo crecimiento. Existe un apoyo unánime en el NO y cada uno va a su bola en el SÍ. Como dice un cartel de mi preferencia, Somos más y estamos mejor desorganizados.
Pero vayamos al meollo. Dicen los abuelos cebolletas y los fans impenitentes de John Lennon que el movimiento siempre ha sido pacífico. Bueno. Pacífico, lo que se dice pacífico, en fin. Se entera mi madre de que estoy en manifestaciones ilegales, que durante el mes de agosto íbamos cortando la Gran Vía, Recoletos o el Prado cuando nos apetecía, que nos citamos en las casas desahuciadas legalmente y lo impedimos, que rechazamos redadas de la policía contra inmigrantes, bufff. Estoy seguro de que mi madre se entera de esto y se pone a llorar sobre un pañuelo, porque a primera vista parece iniciación en la delincuencia (ella siempre me dijo que iba a acabar en la cárcel). ¿Sabe la gente que la simple convocatoria a manifestarse frente al Congreso está tipificado en el Código Penal y te pueden caer hasta dos años de cárcel? ¿Cuántas docenas de miles de personas, entre blogueros, twitteros y facebooqueros, no habremos publicado esas convocatorias?
Tampoco los orígenes del movimiento tienen nada que ver con pacifismos de te-lo-juro-por-Snoopy. Al día siguiente del 15-M, tras el primer intento de acampada en Sol y las cargas de la policía, un grupo de doscientas personas decidió intentar acampar de nuevo y volvió a ser golpeada por la policía. A partir de ahí la acampada definitiva. El 19 de mayo la Junta Electoral no sólo prohibió la acampada sino también la posibilidad de concentrarse en la plaza: ¿por dónde creéis que nos pasamos esa prohibición? Vamos, que sí, que somos pacíficos, pero que nuestra manera de ser pacíficos es muy particular.
Por eso no entiendo las quejas de la otra parte que es motivo de estas líneas, la de los sectores que se sienten atados y constreñidos por el pacifismo del movimiento, que ya digo que lo es pero que en realidad es un pacifismo al ataque, una paz que muerde. Este sector parece cada vez más ansioso porque ve que el aumento en simpatías y en manifestantes no se traduce en conquistas concretas. Pero yo creo que, al menos en lo que he visto, el movimiento no amordaza obligatoriamente las iniciativas salidas fuera de las asambleas y mucho menos impide a los jóvenes comportarse como jóvenes.
De hecho, yo asistí a una asamblea en mayo en que más o menos se venía a decir eso: el 15-M se limita a dar unas directrices muy amplias; a partir de ahí, que cada uno las desarrolle hasta donde pueda o donde quiera. No se pone trabas a la iniciativa individual o grupal; sólo se les da unos límites obvios, basados en el sentido común.
El 15-M ha cambiado las nociones legal-ilegal y las ha sustituido por las de legítimo-ilegítimo. Tras la demostración de este sábado estamos más legitimados que nunca para emprender acciones cada vez más atrevidas. ¿Cómo va a ser ilegítimo ocupar edificios públicos que están vacíos con la política de vivienda de este gobierno, de todos los gobiernos como éste? ¿Cómo va a ser ilegítimo actuar contra los bienes materiales de los bancos cuando ya nos están anunciando un nuevo rescate con dinero público? Entiendo que en el lenguaje del indignado, sobre todo del indignado joven, deben aparecer de forma imprescindible y cada vez con más fuerza las palabras “boicot” y “sabotaje”, y ese boicot y sabotaje, por supuesto, no debe ser planteado nunca en las asambleas, porque inevitablemente el sector miraquelindo te lo va a tirar abajo. Pero cuidado: el sector miraquelindo se opone por principio a cualquier tipo de acción intensa, pero si luego esa acción triunfa y se demuestra que es apoyada por la mayoría, se suele sumar a ella con la emoción del converso.
Lo único que se pide al sector intenso es que opere con audacia y sosiego, que desarrolle acciones cada vez más cañeras pero a la vez meditadas. Si se opera con salvajismo burro y por el puro afán destructivo, vamos a pique: nada perjudicaría más al movimiento que la noticia de que un grupo de indignados ha montado la pajarraca en tal lugar y el resultado es de cinco transeúntes heridos de gravedad y tres policías con quemaduras de tercer grado. Si alguien se dedica a hacer ese tipo de cosas, que se prepare para que, al día siguiente, lleguen los comunicados de condena y desmarque del 99% de los grupos que integran o simpatizan con el movimiento. Entiendo que no hay que reprimirse pero tampoco hay que hacer lo primero que a uno le pase por la cabeza.
El 15-M triunfó por la confluencia de los pacíficos de la mano abierta con los pacíficos del puño cerrado. Sin el grueso de pacíficos a ultranza que llenaron las calles aquel 15 de mayo nada habría sido posible; tampoco habríamos llegado a nada sin el sector intenso de valientes que desafiaron a la policía y a la legalidad. No es que haya sitio para los dos grupos: es que son imprescindibles. Gracias a ellos hemos ganado la posición de que disfrutamos ahora, una posición a la que hemos llegado de forma pacífica y ardiente, racional e insensata, temeraria y meditada.
hay que actuar según actúen los políticos
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